Juan Del
Val señala en su libro “Aprender en la vida y en la escuela” que en la sociedad hay tres instituciones castigadoras,
los hospitales, las cárceles y las
escuelas.
Yo no creía eso porque pensaba que la escuela
era una un lugar de socialización y aprendizaje en el cual nosotros los profesores debíamos ser los encargados de llevar a los
estudiantes por ese camino de conocimiento y socialización, siendo unos
mediadores.
Cabe señalar
que eso creo, aunque ya no lo veo desde la lejana teoría de un libro o de la
explicación interpretativa de un profesor que poco contrato ha tenido con el
aula y sus dinámicas.
Sigo creyéndolo, pero de una marera casi platónica,
pues una de las cosas de las que me he dado cuenta en estos años de ejercicio
en el aula, es que sí es verdad, la
escuela es una institución castigadora.
Pero las instituciones son hechas de forma íntegra
por las personas que las componen, de ser así y en base a lo anterior somos nosotros los profesores los que somos
los que castigamos.
Pero no de la forma que se hacía antaño, no
con golpes ni tareas que no se relacionan con sus actividades académicas, los
profesores castigamos a los niños menospreciándolos.
No considerándolos personas, no teniendo en
cuenta sus capacidades, no incorporando sus individualidades, siendo
absolutamente incapaces de exigirnos lo que les exigimos.
Teniendo siempre un discurso de lo bueno que
era todo antes, de lo maravilloso que fue el pasado, haciéndoles sentir todo el
tiempo que el problema son ellos (los estudiantes) al cine por ciento.
Es evidente que al haber más de un individuo
en la en una situación la relación debe ser necesariamente dialógica, así que
por fuerza YO como profesor debo ser capaz de si quiera decir, “algo de lo que
estoy haciendo no está siendo entendido de la forma en que yo quiero que se entienda”
Y es
ahí que los ocho o diez semestres que pasamos en una casa de estudios superiores
y el dinero que se pago por ellos (ya sea nuestro o del estado) debe
hacer fluir una reflexión que nos lleve a una acción para identificar ¿dónde?
y ¿cómo podemos solucionar el problema? Pero si seguimos obcecados quejarnos y
añorar el pasado no podemos avanzar.
Albert
Einstein definía la locura como la repetición de la misma acción esperando
resultados diferentes. ¿Qué tiene que ver eso con los castigos? Mucho en mi
personal y creo que hasta ahora visceral opinión.
No le
exigimos a la sociedad que cambien que la salud mejore, que el transporte
mejore, que la conectividad mejore, porque pagamos impuestos y es nuestro
derecho, ¿y nosotros cambiamos nuestras estrategias cuando nos damos cuenta que
la cuarta vez no funcionó?
No es
un castigo someter a nuestros estudiantes a las mismas estrategias fallidas una
y otra vez, “porque antes funcionaba así” “porque yo lo hago así” “porque
siempre lo he hecho así”.
Como sería
nuestra respuesta si esa fuera la explicación que no diera un dentista que no
usa anestesia para sacarnos un diente, yo no tengo una respuesta pues el
ejemplo lo que busca es llamar a la reflexión.
Cuando
digo que no tratamos a los estudiantes como personas son los chiquititos, los
niñitos, siempre disminuyendo el étimo que usamos para dirigirnos a ellos.
Como reaccionaríamos si en una entrevista de
trabajo por ser más joven que la persona que no entrevista no dijeran profesorcito,
hombrecito o mujercita. Los estudiantes son NIÑOS, con nombre y apellido y por
deferencia deberíamos tratarlos así.
Como dije
antes lo que he escrito es en mi personal y creo que hasta ahora visceral
opinión. De lo que he visto vivido y que también he hecho en los años que llevo
como profesora de aula. No digo que somos los únicos responsables, solo digo que en este puento nos estamos rindiendo.
En base
a estas variadas y creo que en alguna medida agresivas reflexiones me doy
cuenta que son cosas que todos hacemos, pero que no deberíamos, no está bien
hacerlo porque todos lo hacen, decir una mentira mil veces no la hace una
verdad y criticar y culpar a nuestros estudiantes no nos hace mejores
profesores.